Greenland y la defensa del Estado

El Estado

El mundo se va a acabar mañana. Con esta premisa comienza Greenland: el último refugio, uno de los últimos taquillazos estrenados en el cine. Hay acción, drama familiar, un cierto soplo de aire fresco formal al género de catástrofes y, por supuesto, desastres naturales. En esta ocasión tocan meteoritos y, sin embargo, excepto en el tramo final y en algún momento puntual, hay más de “retrato social” que de destrucción de la propiedad privada. Esto hace del filme una propuesta que, aunque sea ligeramente, logra separarse de sus compañeros.

No todo son rosas, por supuesto. Por cómo se construye la obra, de esta se desprende una idea bastante clara: el Estado (burgués, claro está)  como garante de la pervivencia de la sociedad. La acción se desarrolla, para variar, en Estados Unidos. Al parecer, la soberanía de Groenlandia ahora pertenece a los yanquis, y es ahí donde han construido un búnker que permitirá la supervivencia de algunos individuos a la inminente extinción global. Para empezar, me cuesta asumir este punto de partida. No es sólo que estemos en 2020 y haya una pandemia global en la que, en general todos los países y en particular Estados Unidos ha dado más importancia a la producción económica que a la salud de los ciudadanos. La acción de los gobiernos ante distintas catástrofes naturales como el huracán Katrina, o la vaga respuesta de las grandes potencias ante el calentamiento global y los verdaderos responsables de esta, hace que el mensaje de confianza en el gobierno más bien me haga reír.

Volvamos a la película. La imagen del Estado que se realiza es bastante interesante. Por un lado, se da una escisión absoluta entre el poder y el pueblo. El plan llevado a cabo es totalmente desconocido para los ciudadanos. Estos no han podido participar de ninguna manera en el proceso de elaboración del protocolo. Asimismo, no se descubre el pastel hasta que los medios de comunicación lo dicen, y aun entonces no hay declaración oficial alguna. Solo cuando ya se sabe que el meteorito va a ser catastrófico, se muestran imágenes del búnker. Por supuesto, se podría razonar que se hace para que no cunda el pánico, pero quedarnos con esto sería permanecer dentro de los límites lógicos impuestos por el sistema político y económico actual. Es mucho más probable que cunda el pánico ante una situación en la que la sociedad no tiene posibilidad de intervención alguna. En cambio, si el poder estuviera en manos de esta, ella misma podría haber realizado con anterioridad un plan quizás más eficaz. Parte de la producción no esencial pudiera haberse detenido hasta que se terminaran de construir búnkeres y de conseguir reservas más elevadas de alimentos (y de medicinas) para que más gente pudiera sobrevivir. El sistema de sorteo hubiera sido realizado públicamente y tendría unas características claras. El plan de emergencia podría haber sido llevado a cabo por la población en su conjunto y no solo por el ejército. Claro, para esto se necesitaría un programa que incidiera en el carácter colectivo del ser humano y la importancia del trabajo social, cosa harto difícil de conseguir en un sistema saturado de individualismo feroz.

Por otro lado, es curioso que no aparezca ninguna imagen del gobierno en el poder. Cierto es que podría estar hecho para evitar posicionarse, pero pudiendo poner un gobierno ficticio y de lado político ambiguo, el no hacerlo es también significativo. Si antes se escinde poder y pueblo, ahora el poder es mostrado como una fuerza impersonal. La mano invisible. Ambas cuestiones se unen y perfilan un gobierno impenetrable, hermético, absoluto. Tras la máscara de la salvación, nos encontramos con el despotismo. Todo para el pueblo pero sin el pueblo.

El hombre

Para reafirmar aún más esta idea, siguiendo la tradición popularizada por Hobbes, el hombre es mostrado como un lobo para sí mismo. Por ello, rápidamente ocurren saqueos, aparecen grupos de bandidos, las masas terminan “inmolándose” y destruyendo los complejos militares que permiten la evacuación, y la gente hace lo que sea para intentar salvarse. Literalmente, intentan matar a uno en medio de una camioneta en funcionamiento (¿qué podría salir mal?) y hasta se secuestran niños. Si el hombre es efectivamente así, queda totalmente justificado el despotismo ya mencionado.

Por último, me gustaría mencionar brevemente la representación que se hace de la clase trabajadora. Esta es, hablando claro, escasa y negativa. No es solo que la narrativa se focalice en una familia de clase media acomodada que (excepto por un drama del que no vamos a hablar pero que es también bastante interesante pues reafirma la unidad monógama del núcleo familiar) representa el sueño americano, sino que, cuando aparecen personas de origen más humilde, o traen consecuencias negativas o terminan mal. Lo mismo podría decirse de la representación del colectivo afroamericano. Además, no se muestra en ningún momento a alguien de clase baja acudir al plan de evacuación. Sabemos que al búnker van ingenieros y médicos, pero no sabemos si hay, por ejemplo, obreros o ganaderos (cosa que también sería útil). De hecho, en ningún momento se llega a esclarecer la naturaleza del sondeo por el que la gente es elegida. En una ocasión, se dice que la elección es hecha al azar, pero en otra ocasión se dice que la elección es hecha en función de la profesión. Esta ambigüedad es muy útil, pues evita a la película tener que posicionarse.

Todo este cóctel forma parte de Greenland, un filme que si bien reconozco que me ha entretenido y tiene sus virtudes, tiene otras cuestiones dignas de análisis y de crítica. Así, una obra en principio inocente cuyo único fin es entretener y atiborrar a palomitas, transmite una imagen que no hace sino legitimar las ideas hegemónicas. Asimismo, es curioso cómo la distopía con el tiempo se ha convertido en uno de los géneros más abundantes de la ficción. Que nos resulte mucho más fácil de imaginar sociedades tiranas o la destrucción del mundo, que la construcción de una realidad nueva es, en un contexto tan convulso como el presente, sin duda algo digno de reflexión.

Zura

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