Nihilismo cúbico

Liberté, Egalité, Corteinglé

Convergencia

Sin embargo, tanto contenido me abruma. Hay tantas cosas que hacer, tantas cosas que ver, tantas posibilidades que explorar… que al final casi nunca hago nada. Me dedico a vagar por el mundo, soñando e imaginando lo bien que iría un puente por allí o lo bonito que sería tal construcción por acá. Pero a la hora de la verdad, cuando estoy delante de la pantalla, igual que cuando estoy delante del papel sin saber qué escribir, me bloqueo. Pareciera que la infinitud converge en el cero. ¿A esto se refiere Derrida cuando niega la posibilidad de interpretar cualquier mensaje?

El juego no tiene una historia al uso. Ciertamente, posee algo de historia ambiental y una línea de progreso ideal, pero a partir de ello, todo es narrativa emergente. En eso es como la vida. Nada guía de un principio a un fin. Nada está diseñado para provocar un relato que tenga sentido. Este, si es que existe, lo damos nosotros, jugadores, que, igual que en la vida y a diferencia de otros medios artísticos, somos eminentemente sujeto activo, agente del cambio. Algunos discutirán (y bien discutido, pues en mucho estoy de acuerdo) que toda obra artística requiere de una participación activa por parte del receptor. Es cierto. De nada sirve estar media hora delante del retrete de Duchamp si no ponemos de nuestra parte. Solo vamos a ver basura. Pero el significado está ahí, quizás inaccesible sin un conocimiento contextual previo y sin una actividad hermenéutica por parte del sujeto, pero presente de principio a fin. En cambio, si el jugador no toca nada al comenzar un juego, nada ocurrirá, y el significado (llámenlo esencia quienes quieran) ni siquiera habrá podido hacer acto de presencia. El videojuego necesita de un jugador que lo complete (o que por lo menos lo recorra) para que el sentido pueda ser generado.

Posiblemente, diría Camus que, como un Sísifo moderno, experimentamos la libertad en Minecraft al encontrar el primer diamante, al construir la primera casa en condiciones, o al finalizar cualquier otro proyecto que tuviéramos entre manos; solo para, tras un efímero instante de gracia, perder la roca y tener que volver a empezar: ir a por el siguiente proyecto, conseguir más ítems, descubrir cosas nuevas, poseer el mundo de nuestro alrededor. No obstante, me pregunto ahora: ¿no podemos permanecer en ese estado por más tiempo? ¿No se puede acaso disfrutar de la mera contemplación de un trabajo bien realizado? ¿Es siquiera necesario trabajar? ¿No se puede encontrar la felicidad en ser y estar a la par con el mundo que nos rodea? ¿No será que no hacemos sino trasladar las lógicas inconscientes que hemos aprendido en cualquier objeto que nos brinde la oportunidad? En un juego que ofrece (o al menos lo intenta) la completa libertad, ¿por qué nos dedicamos a crear mercados y sistemas monetarios, a maximizar la obtención de recursos, y a expoliar todo a nuestro paso?

Minecraft (como la vida), expone a uno al filo del abismo, al sinsentido de la existencia, aunque desde un espacio seguro (pese a la vida). Quizás sea un buen sitio desde el cual aprender a vivir, a combatir el spleen existencial y a desarrollar herramientas eficaces para continuar vivos en el día a día. Quizás sea un espacio de ficción posible desde el cual observar los sinsentidos de la realidad, y desde el cual pensar y desarrollar comunas, soviets, contrahegemonías y relaciones sociales nuevas. O quizás solo sea un juego para niños. Aunque esto último, la verdad, no lo creo.

Zura


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